30 septiembre 2009

Lo vamos a echar de menos


No nos ha dado tiempo casi a empezar el curso. No hemos tenido tiempo de dar la bienvenida. Y anoche murió José Antonio Muñoz Rojas en su casa de la Casería del Conde en Antequera.
A pocos días de cumplir cien años.

Formó parte del grupo de poetas de la generación del 36 y fue Premio Nacional de Poesía 1998 y Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2002. Hijo predilecto de Andalucía.

En nuestro cole lo vamos a echar de menos. Vamos a echar de menos que nos regale en cada libro tanta belleza.

Llevábamos un tiempo trabajando para poner su nombre a nuestra Biblioteca Escolar.
Ahora es el momento. Nos sumamos al homenaje que desde el mundo de la cultura se le hace a nuestro querido y admirado poeta.
Estos días en el cole recordaremos textos y poemas y descubriremos otros nuevos.

Queremos dejar aquí la nota que escribió a su hermoso libro Las Cosas del Campo del que dijo Dámaso Alonso en carta dirigida al autor: “Has escrito sencillamente, el libro de prosa más bello y emocionado que yo he leído desde que soy hombre”

Advertencia en 1975.


Algo ha llovido desde que se escribió, va ya para treinta años, este libro Las Cosas del Campo. No tanto como los labradores a veces quisieran, más y a destiempo de lo que a veces les viniera bien. Treinta años son un soplo y como un soplo se han ido estos, pero habría que multiplicarlos por muchas cifras si quisiéramos que saliera la cuenta de los cambios sufridos en su transcurso. Más han sido y mayores los cambios que los años. Como en todo cambio algo se pierde y algo se gana variando la proporción según los casos y las cosas. Algunas de estas “cosas” no existen. Algunos de los personajes de que aquí se escribe, no sólo han desaparecido, sino que ni sus oficios ni sus quehaceres se saben ya (…)

(…) No quedan ni bielgos, ni barcina, ni ninguno de aquellos instrumentos de verano que hacían vivas las eras. Apenas si sus nombres se conocen. En menos que canta un gallo las cosechadoras arramplan con un trigal y como quien no quiere la cosa en un santiamén no dejan caña con cabeza. Pero en las cosechadoras el canto es difícil.

Hay muchos cortijos abandonados cayéndose. El campo se ha quedado más sólo, las yerbas ignoradas tienen nombre para los yerbicidas implacables, abejas y abejarucos se refugian donde pueden contra enemigos comunes, las herrizas son más que nunca lugares donde la hermosura se acoge y la libertad reina, los chaparros, ya encinas, esperan estremecidos a la primavera. Golondrinas, vencejos y tórtolas siguen tornando y anidan en olivos apartados o techos de cortijos en abandono.

Pero el campo saca incansables bellezas escondidas y acumuladas, las renueva y ofrece sin tasa a los ojos y al alma de quienes quieran gozarlas. Advierte con su descansado silencio que sólo volviendo a él encontrarán los hombres lo mejor de ellos mismos.

¡Ay de los que lo olvidaren!

Comenzaba este libro diciendo: “Sé algo de la tierra y sus gentes”. Hoy diría: “Quisiera saber algo de la tierra y sus gentes”. Valga la pena esta rectificación. Los años y los cambios también enseñan.